Creo que venimos a este mundo a dejarnos querer y a seguir queriendo mucho a los demás. Todos los días me levanto y hago mis rutinas de aseo, desayuno, leo la prensa pero a las 7.30 o a las 8 como muy tarde vengo a la iglesia de San Antón a dar los buenos días a los sin techo que están desayunando allí, sin saber exactamente dónde y cómo han pasado la noche. Sé que algunos lo han hecho entre cartones, otros en portales o en parques y los más afortunados en albergues. Ese momento de darles los buenos días y verles allí, tomando una taza de café caliente con algo para comer me reconforta tanto a mí, como a ellos. San Antón es un hospital de campaña. Lo veo todos los días y no sólo en los pobres, en los descartados, en los sintecho; lo veo en las personas que se sientan a hablar conmigo en las mesas camilla y me cuentan lo que sufren, lo solos que están. La soledad mata más que el hambre, ya lo decía mi querida Teresa de Calcuta, y es verdad. Cuántas personas mueren solas y ni siquiera se las encuentra más que en el momento de abrir el testamento. A todos ellos les quiero mucho y ese amor que les doy, me viene devuelto a mí también. Cuántas veces he escuchado de sus labios la frase “gracias por escucharme, Padre”, porque sólo necesitan eso: una persona que les escuche y les de amor.
La soledad mata más que el hambre, ya lo decía mi querida Teresa de Calcuta, y es verdad.
Estas palabras me recuerdan a una de mis últimas conversaciones con Ernesto Cardenal, el autor de este libro. Le solicité que rezara conmigo y me contestó: “Ángel, yo no rezo; yo oro. Y ¿qué es orar, Ernesto?-le pregunté-. Lo que estamos haciendo tú y yo ahora: hablar, charlar, dedicar tiempo a los demás, pero también comer y querer, pasear…”.
El amor a veces se ve con miedo. Recuerdo cuando estuve en el seminario que nos repetían constantemente “cuidado, no debéis enamoraros”…y yo me preguntaba cómo era posible evitarlo, porque de manera platónica yo me he enamorado de personas, de proyectos, de sueños y ahora que tengo casi 83 años sigo enamorándome de la vida y de las personas. Todos podemos encontrar amor a cualquier edad, pero ese amor platónico y terrenal es pequeño al lado del amor místico que se llega a sentir por las personas santas a las que hemos tenido el placer de conocer, como al padre Jaime Garralda; al obispo de los pobres Pedro Casaldáliga; a Vicente Ferrer, ese santo de vaqueros y camiseta; a Teresa de Calculta, que amaba a los enfermos que no quería ver nadie y a los descartados de la vida a quien nadie amaba; y cómo no, al amor absoluto que las personas como yo, que tenemos devoción cristiana, sentimos por Jesús, por Dios.
Amar significa gozar de la vida, de los demás, del amor de los demás, aunque también amar es muchas veces sufrir. Si quieres a los demás, si amas a los más necesitados, a los más vulnerables, no es posible evitar el dolor: ver la guerra de Siria o los muertos de Haiti y ver morir a niños, incluso que se te mueran en los brazos, y no sufrir no es posible. Hay cosas a las que no puedes acostumbrarte nunca. En estas ocasiones me he preguntado muchas veces dónde está Dios y recuerdo entonces las enseñanzas del Papa Francisco, al que adoro, porque estando una vez con él en Filipinas se le acercó una niña para preguntarle por qué sufren los niños. Francisco le miró a los ojos y le dijo: No hay respuesta, sólo tus lágrimas” y para mí aquella respuesta fue una revelación. La culpa no es de Dios, Él perdona siempre; el hombre perdona algunas veces pero la naturaleza no perdona nunca.
Todas estas vivencias con las personas que más sufren te dejan una huella profunda en el corazón que a veces es difícil de sobrellevar. Yo tengo un truco infalible: cuando llego a casa y le doy un beso a mi niño, se me olvida todo, solo siento ese amor de padre y recibo a la vez su amor de hijo. Si no fuera por Josué, no podría dormir, es el mejor regalo que me ha hecho Dios ¿Veis? Ya estoy hablando de nuevo del amor.
San Antón, esta Iglesia que soñé durante tantos años, cumple el deseo también del Papa, abrid los templos para que la iglesia pueda salir a la calle y que la calle pueda entrar en ella: “Tener los templos con las puertas abiertas en todas partes para que todos los que buscan no se encuentren con la frialdad de unas puertas cerradas” y así pasa en San Antón, que se llena con personas que necesitan amar y ser amadas. Antes os hablaba de los sintecho, de los pobres o de las personas que se sienten solas, pero a San Antón acuden también las periferias, que llama la iglesia, las personas que están cerca de la iglesia católica a las que muchas veces se les han cerrado esas puertas que deben estar abiertas siempre. Me refiero a los homosexuales, a los divorciados, a los hijos de madres solteras… ¿Cómo no voy a bendecir la unión entre dos personas que se aman? ¿Cómo no voy a bendecir a niños que no tienen padre? ¿Cómo no bendecir a personas rotas por una separación matrimonial? No tiene sentido para mí. Si bendigo animales en San Antón haciendo honor a su patrono, bendigo a las personas que vienen en busca de aliento y de amor. Como tantas veces he dicho: prefiero pedir perdón a pedir permiso. Cuando he bautizado al hijo de una pareja de lesbianas lo hago sin pedir permiso y si me riñen pues pido perdón, pero al menos no he faltado al voto de la obediencia. Si hubiera pedido permiso y me lo hubieran negado… entonces sería otra cosa. Si no lo hubiera hecho así, no tendría San Antón, ni Mensajeros de la Paz, ni ningún proyecto de los que hemos puesto en marcha. Nuestro motor en Mensajeros de la Paz es el amor, el amor hacia los demás, el amor entre nosotros y sobre todo, el amor de Dios que sabemos que todo lo inunda. Vuelvo a una frase del Papa quien nos dice que “El abrazo del amor de Dios tiene el poder para silenciar a todos nuestros pecados, no importa cuántos sean”. El Papa nos recuerda el mandamiento más importante para un cristiano: amar a Dios y amar a nuestros semejantes, una cosa va unida a la otra porque Dios está siempre y en todas partes: en los niños que lloran, en los pobres que solicitan nuestra ayuda, en los animales…
¿Cómo voy a negar yo la bendición a nadie si esa bendición es amor? Juan, el apóstol, lo decía, Dios es amor.