Si rememoro mi infancia, me viene a la memoria la felicidad de verme rodeado de personas mayores. En mi pueblo, La Rebollada, a tan solo dos kilómetros de Mieres, en Asturias, los barrios se dividían en dos casas cada uno. En la mía vivían mis abuelos, Servando y Esperanza con nosotros, y en la de enfrente mis vecinos Pepa y Celedonio, de 80 y 90 años respectivamente. Si ahora pienso en cómo me gustaría vivir, enseguida me digo a mí mismo: como entonces, rodeado de personas mayores.
Conocí a mi abuelo Servando a los 7 años, cuando me llevaron a verlo a la cárcel. Allí estaba el pobre hombre, solo, por comunista y rojo. Mi abuelo lo fue y pagó por serlo con aquellas cárceles frías y que marcaban tu fama para siempre. A veces a mí me llaman cura rojo y lejos de tomármelo como un insulto, se me viene a la memoria mi abuelo Servando, un hombre idealista, tierno y cariñoso. Le quise muchísimo y si algo tengo de revolucionario se lo debo a él; como la ternura o la comprensión. Me dejaba fumar a escondidas ¡Cómo no le iba a querer!
Mi abuela sobrevivió a mis padres, cosas de la vida, y todavía cuando yo tenía 60 años me seguía dando la propina de los domingos, esas 5 pesetas. Tuvo diez hijos y era quien llevaba la casa, no tenía mucho tiempo para pensar en ser tierna como mi abuelo. Creo que los niños que carecen de estas figuras tan importantes en la vida se pierden algo, ser queridos por alguien que no te exige nada más que cariño.
Me cuesta considerarme una persona mayor, algunos se reirán, pero cuando oigo eso de “y vosotros los mayores”… me quedo siempre pensando en si la cosa va conmigo. Tuve la fortuna de dar unas charlas a una audiencia de entre 20 y 60 años con don Enrique Miret Magdalena, que ya tenía sus 90 cumplidos. Se dirigía al público como: “Vosotros, los mayores…” Yo le recriminaba: “Eso, don Enrique, no lo puede decir. Debería mejor hablar de “nosotros, los mayores” y eso que yo tenía 20 años menos que él.
No era el único que no quería pertenecer a ese club. El propio Papa Juan Pablo II nunca dijo eso de «nosotros los mayores” hasta que al final de sus días, estando yo en la Plaza del Vaticano, asistiendo a una de las misas que oficia allí, dijo por primera vez: “Nosotros los mayores” y entonces le aplaudí a rabiar y me dije por dentro: “Ole”. Reconozco que me cuesta decirlo porque solo me siento mayor cuando vislumbro alguna enfermedad. Sin embargo, no me pesa ser mayor. Disfruto siéndolo y cuando me preguntan por mi edad, siempre digo que tengo 10 años más. Ahora que si se lo creen, me sienta fatal.
Todavía no me ha tratado nadie como si fuera un mayor. Supongo que tiene que ver con mi actividad y mi actitud. He observado, por ejemplo, que con la pandemia o con la nieve, hay personas que me ofrecen el brazo o me ceden el sitio y confieso que no me gusta, aunque respondo con una sonrisa. Los mayores no son niños grandes, son mayores y muchas veces les ponemos vocecita: “Y tú, guapito, ¿qué quieres’” y piensas: “¡No soy un niño grande, soy un hombre!”, por eso deberíamos cuidar el trato. A los niños que se les trate como niños y a los mayores, como tales. Es tan malo tratar a un niño de mayor como a un mayor de niño. Es una ofensa a la vida.
Los líderes mundiales escogidos hoy son mayores y por algo será (aunque Trump ha sido la excepción). El Papa, Joe Biden, los CEOS de las empresas que mantienen a sus fundadores al frente… Déjenme quejarme de que esta sociedad no valora la experiencia, la sabiduría, la paciencia que tienen los mayores en el aspecto político, religioso, en la cultura… No es posible que hoy jubilen a las personas sólo por cumplir un determinado número de años. Que se les relegue de sus cargos de un día para otro porque han cumplido una edad. El día anterior al cumpleaños valía, pero al día siguiente, debe jubilarse. La edad de ahora no es la misma que la de hace 30 años. Hoy un hombre de 70 años tiene la misma fuerza que tenía antes uno de 50 o de 60. Otra cosa distinta es si se sienten enfermos o cansados.
Ahora no existe compensación por edad en la política, en las empresas, en la administración. El Congreso, el Senado, los ayuntamientos… todos velan por la paridad en género, pero ¿quién lo hace por la compensación de las edades? El hecho de valorar a los jóvenes solo por serlo no es serio. Se presume de tener a gente joven o a muchas mujeres en puestos visibles, pero yo creo que debiera presumirse de tener a personas con experiencia. La sociedad en su conjunto debería valorar mucho más y mejor a todas las personas mayores que pueden seguir aportando infinidad de cualidades para obtener de este modo un mundo más completo, sereno e inteligente. Un mundo mejor. Se les debe respeto y honor.
Si ahora pienso en cómo me gustaría vivir, enseguida me digo a mí mismo: como entonces, rodeado de personas mayores.