Tener iniciativa social en los años en los que Ángel Silva y yo comenzamos la obra de Mensajeros de la Paz era algo que no estaba bien visto. Que unos curas jóvenes, como nosotros, cogiéramos a niños y niñas para darles un hogar compartido donde se sintieran en familia era una iniciativa social subversiva. Tuvimos mucha suerte porque en esa acción rebelde y políticamente incorrecta, conseguimos convencer a mi querido obispo de Oviedo, don Gabino, y el mismísimo monseñor Tarancón. Ambos dieron la cara por nuestro proyecto.
Gracias a su apoyo, Mensajeros de la Paz comenzó a crecer y entonces ese germen de iniciativa social que habíamos tenido sin saberlo, Ángel Silva y yo, lo contagiamos a un montón de personas que nos ayudaron en nuestro proyecto. Gracias a todas esas personas voluntarias, que nos apoyaban por el simple hecho de tener “iniciativa social”se fue construyendo la obra que hoy se llama Mensajeros de la Paz y que está presente en más de 50 países, que tiene la Iglesia de San Antón en Madrid abierta las 24 horas, un sueño personal cumplido, y un montón de proyectos en marcha con mujeres, con niños, con mayores…
Yo no creo que la iniciativa social esté de moda. Creo que ahora la bondad se llama iniciativa social y venga de donde venga es una bendición. Gracias a ella solucionamos muchas situaciones que afectan penosamente a personas y familias de todo tipo. Les ayudamos a mejorar su vida, el bien más preciado que tenemos. El Papa Francisco siempre dice “Pobre sí, pero esclavos no. Pobres sí, pero sin dignidad no”. Llamar iniciativa social a estas ayudas que provienen de todos los ámbitos de la sociedad es dotar de dignidad al acto de ayudar y a la persona a la que ayudamos.
Hace poco tiempo cayó en mis manos un libro titulado “Hambre, pobreza y marginación” con un subtítulo: Problemas sin resolver. Vergüenza del mundo civilizado”. Me recordó a las palabras del papa francisco cuando visitó Lampedusa, esa isla italiana plagada de migrantes llegados en pateras en las que muchos de ellos se dejan la vida en el mar. El Papa dijo “Sólo me viene la palabra vergüenza. Esto es una vergüenza”.
Y tenía razón. Cuando hablamos de la pobreza lo hacemos de manera anónima, sin ver las caras de las personas que hay detrás de esa pobreza, sin mirarles a los ojos. Una de las cosas que el Papa preguntaba a las personas que dan limosna a los pobres es esta precisamente: “Cuando das limosna, ¿miras a la cara de quien te la pide?” La mayoría contestaban que no. Es más fácil hablar de la pobreza que hablar de Juan, o de Antonia, porque eso personaliza y nos duele, aunque sea por vergüenza.
Cuando das limosna, ¿miras a la cara de quien te la pide?
Dicen que el hambre es no disponer de los alimentos adecuados en cantidad suficiente para satisfacer nuestras necesidades. Me ha recordado las palabras que en su momento Monseñor Tarancón le decía al entonces jefe del Estado:
“Hay muchas familias que carecen de los alimentos indispensables. Hay muchos padres y madres que no pueden dar pan a sus hijos siempre que se lo piden… Queremos que vean que el corazón de su Obispo compadece sus angustias y que la voz de su Obispo se levanta, valiente y decidida, para defender su causa…
No podemos callar. No debemos callar por más tiempo”.
Nosotros, desde Mensajeros de la Paz, llevamos años defendiendo que hay que dar visibilidad a la pobreza para poder combatirla.
No creí yo que en la España de hoy hubiera también hambre, esas colas que llaman del hambre y que tantas ongs, ayuntamientos y políticos tratan de paliar.
Recuerdo que hace unos años a los gobiernos españoles les costaba mucho reconocer la pobreza infantil, era algo de lo que no se hablaba. Sin embargo, hoy se ha hecho una alianza global contra la pobreza infantil y se lucha desde las instituciones para erradicarla. Hasta se ha creado un Alto Comisionado para combatirla.
Esta Alianza País Pobreza Infantil Cero quiere involucrar a las administraciones, públicas, a las empresas, a las fundaciones, al tercer sector y a la sociedad civil. Y para conseguir estos objetivos es muy importante unirse y dialogar. Hay que sumar esfuerzos y conseguir compromisos de todos los sectores de la sociedad para debatir tanto sobre la injusticia que implica, como de los beneficios que tiene invertir en infancia para el futuro de cualquier país.
Desde Mensajeros de la paz hemos sido siempre muy conscientes de que el destino de un hombre lo marca su infancia y si la infancia es pobreza… Estamos condenando a una persona a ese círculo que es el que debemos romper. Nosotros quisimos desde el principio, cuando empezamos a darle casa a niños huérfanos o de familias desestructuradas y pobres, darles sobre todo amor, una familia y un hogar, para que después pudieran lanzarse a la vida en las mismas condiciones que los demás. Un niño necesita, sobre todo, sentirse querido porque eso es lo que le da seguridad. Y la seguridad, la educación y el amor son armas imprescindibles para labrarse un buen futuro.
“Sólo ante Dios y un niño hay que ponerse de rodillas”, ese ha sido el lema de Mensajeros de la Paz desde que lo creamos hace 59 años ya.
He viajado por todo el mundo y he visto mucho sufrimiento, pero lo peor con diferencia que me ha pasado es ver morir a un niño. Que un niño se te muera en los brazos es una experiencia espantosa, es como si el mundo se acabara en ese momento.
Si quieres a los demás, si amas a los más necesitados, a los más vulnerables, no es posible evitar el dolor. Hay cosas a las que no puedes acostumbrarte nunca. En estas ocasiones me he preguntado muchas veces dónde está Dios y recuerdo entonces las enseñanzas del Papa Francisco, que estando una vez con él en Filipinas se le acercó una niña para preguntarle por qué sufren los niños. Francisco le miró a los ojos y le dijo: “No hay respuesta, sólo tus lágrimas” y para mí aquella respuesta fue una revelación.
La culpa no es de Dios, Él perdona siempre; el hombre perdona algunas veces pero la naturaleza no perdona nunca.
A veces he escuchado decir a algunos que por qué en situaciones de peligro siempre se dice eso de que las mujeres y los niños primero. Porque las mujeres pueden tener niños y porque los niños son el futuro de nuestra especie, por eso hay que protegerlos siempre. El Papa francisco dice que
“Una sociedad que abandona a los niños y que margina a los ancianos corta sus raíces y oscurece su futuro. Cada vez que un niño es abandonado y un anciano marginado, se realiza no sólo un acto de injusticia, sino que se ratifica también el fracaso de esa sociedad”.
No les descubro nada si les digo que cientos de miles de niños en todo el mundo llevan años, décadas, y siglos muriendo por cosas tan sencillas como una vacuna (que cuesta menos de un dólar), o por no tener agua potable, o a causa de una simple diarrea.
Ahora la pobreza nos asusta más porque está más cerca, porque la vemos a nuestro alrededor, porque tristemente no hace falta cruzar un océano o irse a miles de kilómetros para ver gente que pasa hambre.
No hace falta leer lo que dicen el Instituto Nacional de Estadística, la EPA, los periódicos, o el informe de Caritas. Cualquiera con un mínimo de sensibilidad verá con sus propios ojos lo que está ocurriendo a nuestro lado, a pocos metros de nuestras casas, de nuestras oficinas, de nuestros colegios.
Cada vez hay más pobres en España. Los españoles que no están en el umbral de la pobreza pero la rozan en cifras son cada vez más. Leemos datos que dan miedo, como el de que en España casi el 30% de la población se encuentra en situación de pobreza y exclusión social, sobre todo después de la pandemia.
Son datos que no sólo asustan sino que duelen.
A la iglesia de San Antón llegan cada vez más peticiones de alimentos que no tengan que cocinarse porque no tienen capacidad económica para pagar el recibo de la luz.
Nadie, ni siquiera ellos mismos, se hubieran imaginado llamando a nuestra puerta. Desde profesionales cualificados pidiendo un trabajo “de lo que sea”, a familias que hace unos años veraneaban en la playa, y que ahora duermen en un coche. Personas cuyos frigoríficos antes estaban repletos y ahora están totalmente vacíos.
Jamás pensé que bien entrado el Siglo XXI, después de 60 años dedicados a lo social, tendría que abrir comedores sociales en España, como aquellos que llevo años abriendo en los países del mal llamado “tercer mundo”.
Se dice que existe un hambre cuantitativa y otra cualitativa, en la primera se carece de alimentos y en la segunda, se carece de alimentos de calidad que como decían las abuelas, “alimenten de verdad”. También se habla de pobreza absoluta y de pobreza relativa, pero son matices porque al final de todo, la pobreza, los pobres, son lo que son: personas vulnerables de nuestra sociedad que necesitan de nuestra ayuda para no quedarse en el camino. Como afirma mi Secretario General, el Papa Francisco:
Ya se han rebasado ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza.
La pobreza genera hambre y el hambre destruye la vida porque las personas mal nutridas pierden su potencial físico, intelectual y social. Una persona que no se alimenta bien o que pasa hambre es más propensa a las enfermedades y esto afecta especialmente a los niños menores de 5 años.
Estamos acostumbrados a abrir el grifo del agua y lavarnos, o beber. Yo recuerdo tiempos en los que no había grifo y teníamos que lavarnos con agua que cogíamos de algún pozo. Eso también es pobreza. Y no pensamos en cómo el agua influye en la pobreza de las personas. Sin agua no hay desarrollo posible. Si no hay agua, habrá pobreza, hambre y marginación.
Mensajeros de la Paz desde hace más de diez años construye pozos de agua en África con el apoyo de particulares y de organizaciones que creen que lo que sucede en África lo padecemos también aquí, en Europa. Porque el mundo está interconectado y debemos ser conscientes de que es tan necesario ayudar aquí como en los lugares del mundo que lo necesitan.
Dejadme que os cite de nuevo al Papa Francisco con su preciosa encíclica “Laudato si”, “Sobre el cuidado de la casa común”, que es nuestro planeta. Dice sobre el agua:
El agua potable y limpia representa una cuestión de primera importancia, porque es indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos.
Un problema particularmente serio es el de la calidad del agua disponible para los pobres, que provoca muchas muertes todos los días.
El acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la supervivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable.
3 de cada 10 personas en el mundo no tienen acceso al agua...
El dato es abrumador: hoy se admite que 3 de cada 10 personas en el mundo no tienen acceso al agua, en cifras totales son más de dos mil trescientos millones de personas en el mundo.
Una de las causas de mortalidad infantil más grave es precisamente la diarrea por beber agua en mal estado. Al año mueren 361.000 niños menores de 5 años por esta causa. Y las predicciones de organizaciones como la FAO afirman que dentro de 30 años la mitad de la población mundial sufrirá escasez de agua.
No sólo el agua determina el destino y condena a los países a la pobreza, como dice el Papa; también el acceso a la energía. Nosotros hemos comprobado que además de los o pozos de agua, instalar generadores de electricidad que llevan luz a las aldeas cambia la vida de los pueblos de alrededor y la mejora notablemente.
Por eso y para hacer un mundo mejor, que siempre digo que es posible, y así lo afirmé en un libro con este título, os digo que la mejor receta se llama solidaridad.
Una solidaridad entendida en sentido pleno: solidaridad con el pobre, con el vecino, con los animales y con el planeta.
La solidaridad es cercanía, es proximidad, es saber estar cuando los demás se van, es dar la mano para ayudar, es ofrecer ternura, es saber mirar con los ojos del corazón, es regalar una sonrisa cuando la tristeza nubla los ojos de los que más sufren. Sí, solidaridad es dar, pero es también mucho más, es compartir lo que se tiene, sea mucho o poco.
Mucho más aún: la solidaridad es, sobre todo «estar cuando hay que estar», como hacen un padre o una madre; seguir a nuestro lado cuando los demás se van, o cuando nadie ha llegado aún. Y en este sentido los gobiernos de los países deberían estar también al lado del que más lo necesita. “Que no nos olviden”, gritan ahora los palmeros que se han quedado sin hogar, sin pertenencias, hasta se han quedado sin paisaje y sin tierras. “Que no nos olviden”.
Cuando alguien sufre no quiere discursos, necesita cercanía, necesita afecto, y sobre todo sentirse acompañado.
La solidaridad es patrimonio de todos, no es sólo de unos pocos, ni es de izquierdas ni de derechas, ni de creyentes o ateos, ni de ricos o de pobres. La solidaridad es un “nuevo poder” en la sociedad actual.
La solidaridad es además un fenómeno creador de riqueza para los países. Una riqueza que tal vez no se refleje en los datos de Producto Interior Bruto, pero que indudablemente mejora la calidad de vida de millones de personas. La solidaridad moviliza a miles de hombres y mujeres. La plataforma del Voluntariado calcula que las asociaciones que la integran reúnen a más de dos millones y medio de voluntarios en España. Hay verdaderos ejércitos de voluntarios. En el caso de los jóvenes el fenómeno del voluntariado es abrumador. Más de un 30% realiza actividades solidarias.
Estoy convencido de que la solidaridad y su institucionalización constituyen uno de los fenómenos más relevantes y valiosos de la sociedad actual desde todos los el puntos de vista: económico, sociológico, político, e incluso moral.
Ahora todas las empresas, tienen un departamento de Responsabilidad social corporativa porque son conscientes de que su actividad impacta en la vida de la sociedad. Y es curioso porque ninguna ley les obliga a ello, lo hacen de manera voluntaria. Son conscientes de que deben mejorar los derechos humanos, el entorno social, el económico y ambiental. Las empresas lo creen necesario. Forma parte de sus convicciones y de su ética. En caso de que una empresa no la llevara a cabo, socialmente se la vería como una empresa que rompe con la norma de la cultura. Nosotros no la veríamos con buenos ojos.
Ante el dolor humano, ante la tragedia, ante las duras escenas de hambre, muertes o injusticias, hemos pasado de llevarnos las manos a la cabeza, de apagar la tele porque se nos indigestaba la comida, a tomar una postura activa y a realizar un compromiso personal.
Claro que todavía sigue existiendo injusticia social y el Papa se refiere a ella:
“La precariedad total es inmoral y mata a la familia y a la sociedad. La injusticia perjudica a la humanidad; la sociedad necesita equidad, verdad y justicia social”.
En estos tiempos donde la sociedad es, sin lugar a dudas, mucho mejor que hace años, cabe preguntarse si la vida es igual para todos; si nadie va a estar solo; si habrá personas que no tengan qué cenar; si habrá niños que no disfruten del calor del abrazo de sus padres o personas sin hogar que no tengan un lecho seguro donde dormir.
Ahí, escondido, está el concepto de Justicia ¿Será la vida igual para todos? ¿Tendrá cada uno lo que necesita? ¿Le darán a cada uno lo que merece?
Entre todos podemos conseguir que esa justicia social sea el marco para un convivencia en igualdad de condiciones para todos.
Para terminar, quiero recordar que la pobreza está también muy ligada a la migración. El Papa Francisco siempre dice que los dos problemas más importantes que debemos abordar son la soledad no deseada y la inmigración.
Los extranjeros que residen en España son casi 6 millones, en concreto 5 millones ochocientos mil pero es que resulta que nuestro país necesita por lo menos 7 millones de migrantes en tres décadas para mantener la prosperidad. Es decir, que los migrantes son riqueza.
Cuando llegue el año 2050, la población en edad de trabajar supondrá el 50% de las personas que vivan en España. Es decir, que tendremos un 15% menos de personas en edad de trabajar que ahora. Una de cada 3 personas estará jubilada. Y probablemente sola.
Soy de los que opinan que la inmigración beneficia tanto a los países que emigran como a los países que reciben esa migración. Veo cómo en las guarderías de niños, donde los hay de todas las nacionalidades, nunca ha habido ningún problema de “odio al diferente”. Es más, casi todos los directores de colegios y guarderías presumen de tener mucha nacionalidades en sus centros. Eso me demuestra que somos capaces de entendernos.
A veces reflexiono sobre por qué hay tan poco diálogo en nuestra sociedad y creo que es porque a veces nos creemos semidioses y pensamos que siempre tenemos la razón cuando hablamos. Tenemos que dialogar. A todos nos parece mal que las personas no se entiendan. Da igual jóvenes, ancianos, políticos o agricultores. A todos nos gusta entendernos con los demás.
Estoy convencido y sueño con un mundo en el que desaparezca la pobreza, la desigualdad, la injusticia, el dolor, en el que la vida sea más fácil y agradable para todos. Un mundo mejor es posible, y el lograrlo está en nuestras manos.
En el mundo hay recursos suficientes para alimentar, vestir y asistir a toda la población mundial. Hay adelantos médicos y científicos capaces de acabar con la enfermedad y el dolor, o al menos mitigarlo.
Seguro que pronto aparecerá la cura para el Alzhéimer o para el cáncer, mi generación quizá no lo vea, pero la vuestra y la de vuestros hijos sí.
Si de verdad se quiere, entre todos y con la solidaridad por bandera, podemos conseguirlo.